Estamos fuera de la Copa del Mundo.
Quienes me conocen bien, saben que no soy particularmente afecto al mundo futbolístico, pero este Mundial -por diversas situaciones- me ha mantenido más enchufado que de costumbre a los partidos, y en particular a la Selección. Por eso, me sumo a la tristeza general que se huele aún en las desiertas calles de mi barrio.
No voy a hacer aquí ningún comentario sobre los por qué, cómo ni quién. Yo mismo no soy quién (ni sé lo suficiente del tema) como para opinar o hacer juicios sobre los jugadores o la dirección técnica de esta Selección. Aunque acaso si me gustaría opinar sobre la intervención del azar (léase "orto"), en la resolución de los eventos futboleros.
Hoy, con un especial mirada, me he detenido en las tribunas argentinas en Alemania. Silentes, con la mirada ausente. Ojos peléandole un partido individual a las lágrimas. Estamos fuera de la Copa del Mundo.
Y allí, vino la iluminación. El entendimiento de que -en definitiva, y no se interprete como magro consuelo-, se aprende más de la tristeza que de la alegría. La alegría (o para ser más preciso, como indicaba un comentario periodístico hace pocos días), la euforia, que acompañó los últimos partidos de la selección fueron poderosos sentimientos colectivos.
Mucha gente salía espontáneamente a las calles, se abrazaban, cantaban juntos. El festejo comenzaba -precisamente- en las ahora silentes tribunas de Alemania. Esas caras festivas, los saltos, los gritos... si hasta nos daba envidia estar tan lejos, y no sentados en ese "tablón".
Pero hoy, nos tocó perder. Estamos fuera de la Copa del Mundo.
Las personas -sentadas o paradas- en las tribunas de Berlín, estaban silenciosas. Nadie hablaba con nadie. Casi nadie abrazaba a nadie. Las miradas -inviduales, aisladas- se hundían hacia adentro con una profundidad que no trae la alegría, y muchos menos la euforia.
¿Y eso por qué?
Porque la tristeza no se comparte. Porque el "dolor moral" -lejos de unirnos a otros- nos separa, nos shockea, y nos da la imagen exacta de nuestra propia vivencia en soledad. Aunque el dolor sea el mismo, aunque la tristeza sea por el mismo motivo.
Fue un destello de lucidez, que mereció escribirlo en palabras.
Ahora, las palabras se agotaron. Y la lucidez, otra vez, se fue.